Por ALEJANDRO C. MORENO y MARRERO.

Sabido es que la Santísima Virgen de Guía actualmente recibe a La Rama de Las Marías en el pórtico del templo parroquial; sin embargo, posiblemente muchos de ustedes desconozcan que esto no siempre fue así, ya que existen diversas referencias histórico-documentales que indican que antaño la Celestial Señora de Guía subía hasta la Plaza de San Roque a recibir a los romeros, quienes luego la acompañaban procesionalmente de regreso a la Iglesia de Santa María de Guía entre cánticos, vítores, aplausos y, por supuesto, el sonido característico de las caracolas y de los tambores típicos de esta municipalidad. Por este motivo, si se nos permite, hemos considerado interesante aportar algunos de los datos inéditos que hemos hallado recientemente en la Hemeroteca de El Museo Canario y que prueban -de modo y manera completamente irrefutable- la veracidad de este aspecto de la Fiesta de Las Marías que hoy ocupa nuestra atención.

Así pues, en el Diario Falange, en su edición del jueves 14 de septiembre de 1939, se dice lo siguiente:

“Día 14. A las 6, salida del pueblo de numerosos grupos de personas hacia el Pinar de Tamadaba. En Montaña Alta se incorporarán los romeros del campo a buscar la rama. Al llegar al lugar de los Andenes se rezará el Santo Rosario. Día 16, a las 9, tradicional bajada de la Rama desde la Cuesta de Caraballo. En la Plaza de San Roque se encontrará la Imagen de Nuestra Señora de Santa María de Guía, que presidiendo la comitiva recorrerá el trayecto acostumbrado. Acto seguido, gran función religiosa. Cantará la Misa el Párroco don Enrique Báez Ruíz. El sermón a cargo de don José Rodríguez y Rodríguez, Coadjutor de la Parroquia. A las 4, exhibición de las industrias del país. A las 8, exposición solemne de S. D. M., Rosario y Plática. Día 17, desde las primeras horas, misa rezada. A las 8 y media, la de Comunión general. A las 10, gran función religiosa. Cantará la Misa el Sr. Coadjutor. El panegírico a cargo del Rvdo. D. Mariano Hernández. A continuación procesión de la Patrona acompaña de los romeros del día anterior. La parte coral de los actos religiosos a cargo del coro de la localidad. LA COMISIÓN”.

Por otro lado, el mismo Diario Falange, en su edición del jueves 16 de septiembre de 1948, recoge un artículo firmado por Alejandro Hernández, donde se expresa:

“Tendríamos que remontarnos a los treinta años. En sus senos está una de las fiestas que tuvo más color dentro de esta isla. Acaso la de más íntegra belleza y emoción popular. Su origen traspasa el siglo y medio y brotó libre y espontánea en los Altos de Guía, Bascamao, Junquillo y Verdejo, Palmitales, Barranco del Pinar, Piedras de Molino, Calabozo, El Paso... Fue motivo la cigarra. La plaga se abatía sobre la redondez de Gran Canaria en avalanchas incesantes, infinitas. Devoraba cosechas y arboledas y cernía, como un viento maldito, la desesperación y la ruina sobre la tierra. Las primeras ráfagas de la maldición llegaron a aquellos pagos por nuncios seguros de lo irremediable, venía de las bandas de allá y se contaban horrores de las catástrofes abiertas en su camino. Ante lo que no admitía vacilaciones se escuchó la voz de alarma y defensa. Los vecinos todos -viejos, jóvenes, niños y mujeres... hasta los enfermos- salieron a la batalla. Y allí, sobre el mismo Lomo de Vergara, en la gama verde de las medianías aprontaron su defensa. La tradición entra aquí. La vierten graves los labios venerables de los viejos. Lo que cuentan tiene la gracia transparente de cualquiera de las “fioretti” prodigiosas. Escuchad: Estaban los nuestros amontonados allí, en el Lomo a vista de la plaga. Al columbrar su espesura comprendieron que todo resultaría inútil ante aquella manta devoradora del aire. Y frente a lo insalvable del desastre que venía nadando hacia ellos como maldición del cielo, hincaron sus rodillas entre lágrimas y voces, desesperados ante lo que nadie podría remediar. Fue en este instante de crisis cuando alguien se acordó de la Santísima Virgen de Guía, y allí mismo, bajo el cielo preñado de amarguras y sobre el dolor resignado de la tierra, le pidieron a gritos su socorro y su ayuda. Y el asombro se hizo frío en los cabellos cuando vieron subir del mar, barranco arriba, una nube inmensa. Ascendía quieta, serena. Al llegar sobre nuestros antiguos vieron que traía agua en forma tan violenta y tan granada que al cesar -a Dios gracias- había desaparecido la plaga por completo, quedando los cielos limpios, como lajas lavadas. En los fondos de barrancos y cañarejas, por las tierras libres, en las zanjas de los caminos... Sobre toda la cara de los egidos aparecía el traje de ceniza de millones de cigarras muertas. Sobre el propio lugar de aquel milagro hicieron los viejos voto. Todos juraron ir cada año de por vida y a su muerte cuantos de sus sangres sucedieren a llevar a la Santísima Virgen los frutos de sus tierras, tan claramente salvadas por su milagro. Y fue así como nació, en la mitad segunda de septiembre, la fiesta votiva de Las Marías. Entra en juego ahora el recuerdo personal del cronista: la Fiesta de la rama. La rama se cortaba en los montes aledaños de las cumbres: Tamadaba, Barranco del Pinar, la Montaña de Doramas, Santa Cristina... Y era lo de más solera en el conjunto. La Fiesta tenía en sus posos más recónditos algo electrizante y esencialmente popular que ninguna otra revestía. No era una fiesta de parrandas ni ventorrillos, ni de alegre verbenería. Era algo enhiesto, altivo y como aislado por la fe y la verdad, que lo salvaba en su entorno de cualquier populachería. El día de la rama, desde el amanecer, la Cuesta de Caraballo se iba cuajando de gentes forradas en sus ternos de domingo. Llegaban en ranchos incesantes y no pasaban de San Roque. Era aquel el límite que la tradición señalaba para que la Virgen llegara a darles la bienvenida. Todos, todos, traían en sus manos grandes ramas de diferentes clases, pero con predominio acusado de pinos de la tierra. La gente nueva había ido a cortarla a los pinares el día anterior, pero había además mucho brezo y escobón y hasta gruesos cepejones de tilo. Y en lo verde de su fronda cantaba el color alegre de frutos y flores atados con cintas a los esquejes. La Virgen subía por la calle del Agua. Cuando estaba al llegar sonaban las cajas de guerra y destapaban su sonido los "bucios” de los pastores de ganado; la insistencia de su treno, monótonamente angustioso, era en esta ocasión de ahora como dejo de triunfal alegría. Los voladores, sin cesar, escribían su júbilo en los cielos, mil y mil veces. Y era todo tan diáfanamente impresionante; tan ingenuo, que nada podrá borrar su visión del recuerdo de quienes lo vivimos. La fiesta la mandaban los viejos. Era de ellos, lo había sido de sus mayores y sería luego de sus hijos y nietos, hasta el final de los siglos. Recuerdo a un anciano venerable con su cachorra, sus "nagüetas" -de verdad- el "chaleque" negro, donde lucía el rabo de una "páipa" mastodóntica, junto a la borrega de vejiga y su yesca y pedernal correspondientes. Era uno de los principales gerifaltes de la fiesta. En la derecha el bucio enorme que hacía sonar con fervor enardecido, frontero de las lágrimas mientras lanzaba el grito angustioso: ¡Viva la Virgen de Guía! Y la caja de guerra: Trum-truqu-trum-trruqutuqtuum... En medio de este hervir de emociones llegaba la Virgen. Traía sus galas mejores mientras ofrecía en los brazos a su hijo que llevaba posado en el dedo el temblor del gran cigarrón de oro que la devoción de los que fueron, había aquietado allí, en prueba palpable de la maravilla ejercitada. Después se ponía en marcha la procesión, los "nanos" y "papahuevos" abrían calle. Luego venían las gentes más jóvenes, bailándole a la Virgen con la seriedad digna e inaccesible de un rito inquebrantable. Más hacia el trono era el lugar de los viejos de los que ya pasaban de los cincuenta… Recuerdo a Chá Antonia encorvada como una hoz por el reuma y sus cumplidos ochenta. La mantilla negra y debajo su pañolón “de los buenos". La cachorra intangible, flamante. Las naguas “arremangadas” y el grito encarnado del zagalejo ampuloso. Una mano atrás, en la rabadilla, y en la otra su ramo de pino, primorosamente aderezado con "melindros" y fruta del tiempo. Y así le bailaba a la Virgen -como todos- seria y augusta, envuelta en el prestigio eterno de la verdad que sus abuelos vivieron. La Virgen bajaba por la calle de "los marrubios'' que ya se llamaba de Enmedio. Delante iban parejas sueltas que danzaban a los sones cortados de las cajas de guerra a que ponían las caracolas contrapunto. Y todos con los ramos en lo alto, danzando al mismo compás primitivo. Y los gritos: ¡Viva la Virgen de Guía! Así, en medio de un ambiente ascensional se llegaba a "las graditas". Ya en lo alto la Virgen de' Guía, volviéndose a su pueblo, recibía su homenaje de entusiasmos finales mientras uno a uno iban dejando ante su trono las ofrendas simbólicas de sus ramos y sus frutos, en nombre de los que fueron, de ellos mismos y de los de su sangre que desde allí les sucedieran”.

Además, nuevamente el Diario Falange, en su edición del miércoles 16 de septiembre de 1950, dice de forma textual:

“La anunciada festividad de "Las Marías" tuvo lugar ayer en Guía, conforme se había anunciado. Por el impresionante número de romeros, por la sana alegría y por el aire eminentemente popular y espontáneo de la fiesta toda, no exageraríamos al asegurar que esta fiesta votiva guiense es una de las más bellas -acaso la más bella- de toda la isla. Como se sabe es una fiesta votiva ofrecida hará cerca de dos siglos por las gentes de los Altos de Guía ante el azote de la cigarra, que asolaba sus campos todos en forma hasta entonces jamás vista. Se fue a buscar -en última instancia- a Santa María de Guía a su Santuario y la llevaron por montañas y derrumbaderos hasta el Lomo de Vergara. Allí -cuenta la más segura tradición- se arrodillaron todos y los ancianos se dirigieron a la Virgen haciéndole ver el quebranto y la miseria que sobre aquel país se abatiría de no desaparecer la maléfica cigarra. Entonces -continúa la leyenda viva hasta que el día como en aquellos instantes- se alzó desde la mar una nube que subió por el barranco y al llegar sobre la zona -vastísima- afectada por la "cigarra berberisca", se abrió en verdaderos torrentes que mataron el devorador insecto permitiendo a los campesinos enterrarlo en grandes fosas que allí mismo se cavaron. En acción de gracias por tan maravilloso hecho todo el pueblo hizo la promesa de ofrendar cada año a la Celestial Emperatriz del Norte de Gran Canaria los productos de sus cosechas, al hacer recolección de las mismas, organizando en su honor una gran danza colectiva de maravilloso efecto, integrada por ancianos, mujeres y niños. En recuerdo de aquel milagro, le fue ofrecida al niño -de gran devoción por aquella zona- una gran cigarra de oro que él solo luce en el día de esta fiesta votiva. En lo antiguo, la fiesta era doblegada por las dificultades de transportes y absoluta carencia de carreteras. En la víspera se hacía la danza y ofrecimiento de la rama que se remataba luego en beneficio del templo y al siguiente día era la solemne festividad religiosa. Hoy se han concentrado ambas en una sola fecha y su conjunto, como ya hemos dicho, da por resultado quizá la fiesta más popular y llena de color, tradición y belleza de toda Gran Canaria. Nosotros, por nuestra parte y nevados de sincero afecto hacia tan extraordinaria muestra de devoción popular, mañana -que todos debemos tender a fomentar- nos permitimos hacer estas sugerencias de acuerdo con el ritual antiguo, que debe respetarse en todo lo posible a los Mayordomos y organizadores. La Virgen debe estar a la puerta de su Santuario al llegar la rama y no dejar que ésta se disgregue antes de ser recibida por la Celestial Imagen; pero recuérdese que hasta hará unos cuarenta años, la Virgen subía a San Roque a buscar a la rama y que desde San Roque a la iglesia parroquial se organizaba la danza en torno a la Santísima Virgen; quiénes no asistieron a tan impresionante espectáculo no podrán saber jamás lo que fue y significó la fiesta guiense de "las Marías". Este año eran cerca de las 11 de la mañana cuando se inició "la rama" ante la Virgen, cuando ello debe hacerse teniendo en cuenta la solemnidad de los oficios y procesión consiguiente con una hora por lo menos de antelación. Otros pequeños detalles se observaron en la general organización pero tenemos la seguridad de que la entusiasta Alcaldía de aquella ciudad -a quien se debe el resurgir de esta bellísima fiesta canaria- sabrá corregirlo para nuevas ocasiones. Y un detalle de buen gusto, no se oyeron los altavoces de feria, desvirtuadores con su comercialidad fuera de tono de todas nuestras fiestas populares”.

Como se habrá observado, los contundentes documentos inéditos que hemos transcrito y aportado para respaldar nuestra teoría están fechados en torno a los años treinta, cuarenta y cincuenta del pasado siglo; no obstante, todo apunta a que esta vieja “norma consuetudinaria” que dice que la Imagen de Nuestra Señora de Santa María de Guía acudía antaño a la Plaza de San Roque a recibir a la Fiesta de La Rama es bastante más antigua, puesto que en el último de los textos expuestos se pone especial énfasis en este asunto.

Sea como fuere, antes de cerrar el presente artículo, nos gustaría dejar claro que dado que somos plenamente conscientes de la dificultad que supondría rescatar esta antigua tradición guiense (debido, sobre todo, al excesivo peso del nuevo trono de la Virgen de Guía), consideramos que lo más acertado es que nuestra patrona -tal y como lo ha hecho desde hace más de medio siglo- continué recibiendo a la Fiesta de La Rama en el pórtico de la Iglesia de Guía, ya que cuando iniciamos esta investigación sencillamente deseábamos profundizar en un aspecto de La Fiesta de las Marías de Guía acerca del que prácticamente nada se sabía hasta ahora, pero en ningún momento fue nuestra intención polemizar con la obcecada idea de retomar aquella vieja costumbre local por el mero hecho de apoyarnos en fundamentos meramente históricos.